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Las mujeres, que por regla general somos las que más nos hemos tragado el ideal del amor romántico, estamos convencidas de que nuestras parejas son seres especiales, como de otro planeta y que nuestras historias y anécdotas en lo referente al amor son lo más, la máxima expresión del amor que puede haber y que nuestros recuerdos deberían ser dignos de una novela, una comedia romántica o al menos una historia curiosa que se comparte de sobremesa en sobremesa.

Esta creencia, aunque un tanto torpe e ingenua, a mi me resulta encantadora. Como terapeuta de pareja me ocurre como a los coleccionistas apasionados que cada vez que una mujer me cuenta las primeras citas con su pareja, me emociono y abro los ojos como platos y pongo cara de `nunca he escuchado algo tan especial en mi vida´. Será por esta cara que pongo que, oye, empiezan a soltar por esa boquita y a compartir todos los detalles.

Es por esto que, después de tantos años trabajando como terapeuta de parejas, he ido desarrollando un «arquetipado personal» sobre los diferentes modelos de relación que me llaman la atención en consulta y que suelo encontrarme. Pero no os me vayáis a ofender por favor que nada más lejos de mi intención, sino todo lo contratrio.

Uno de los tipos de parejas más comunes que he conocido es la histérica y el tontorrón.

Ella es ruidosa, prepotente y caprichosa, mientras que él es un bonachón despistado.  Ella se pasa el día poniéndole a parir delante de todo el mundo, pidiéndole cosas o poniendo mala cara porque trajo el papel camel en vez de bengué que le encargó para envolver el regalo de su mejor amiga, tiró un vaso de agua sobre la alfombra o se olvidó de comprar limones cuando fue al supermercado.

No le deja hacer nada de nada, principalmente si tiene relación directa con sus amigos. Si vienen a su casa a comer o a ver un partido, la tolerancia de la histérica dura quince minutos. Pasado ese tiempo, se escucha un graznido que dice:: «¡FELIPEEEEEEE, POR FAVOR, VEN!» y se encierran en una habitación susurrando cosas ininteligibles. Cuando Félix (porque se llama Felipe, pero siempre se hace llamar Félix, excepto si le llama enfadada su mujer o su madre) sale, siempre les dice a sus amigos lo mismo: «Chicos, Mamen no se siente bien y tenemos que irnos» o «Chicos, Mamen tiene muchas cosas que hacer y estamos estorbando».

Cuando quedan con los amigos de ella, en cambio, se pone de buen humor y se dedica a hacer chistes despectivos sobre su pareja, ridiculizando sus puntos débiles y contando un montón de intimidades que jamás deberían haber abandonado su habitación. Además, la histérica está obsesionada con que el hermano, el jefe o el socio de su novio lo están puteando y le llena la cabeza de teorías conspiranoicas para que pida un aumento o se busque un trabajo nuevo.

Si bien nadie la soporta, los amigos nunca le dicen a Félix lo que realmente piensan de su novia. Eso sí, el día en el que él le echa coraje y la deja, su familia festeja con una suelta de globos y él por fin recibe el aluvión de reproches y anécdotas horribles sobre su ex pareja.

A la inversa, la fanática y el engreído son otro modelo de relación muy común.

Por medio de ardides psicópatas, él la convence de que es un héroe griego, y desde ese momento, ella vive para contar anécdotas que ilustren la engreída estampa de semidiós de su pareja. Que sabe todo, que es el más guapo, que siempre tiene razón… Todos los demás viven equivocados a la sombra de este profeta grandilocuente y sabelotodo que nos ilumina con sus anécdotas. Y como si fuera poco, mientras ella relata cómo él se peleó con un amigo, él asiente desde el fondo, como un entrenador de perros orgulloso mirando como su cachorra atrapa un huesito sin moverse de la mesa.

Cuando sale con sus amigas, la fanática tiene un hábito inmoral y sobrecogedor. Cada vez que alguna relata un defecto de su pareja, ella ofrece un contrapunto fantasioso y edulcorado sobre la suya. Si su amiga se queja de que su novio deja el baño asqueroso, ella apunta que el suyo lo lustra con mirada de rayos láser sin moverse del bidet. Si la amiga dice que su novio no cocina, la fanática alardea de que el suyo la lleva a comer fuera todos los días y a la vuelta refocilan en plan noche de bodas y le canta una serenata en la puerta del edificio.

Los siameses, otro estereotipo muy corriente de pareja, borran todos los pronombres, verbos y anécdotas en singular de su vocabulario.

Previsiblemente van a todos lados juntos y se las ingenian como maestros de la lengua castellana para relatar absolutamente todo en la primera persona del plural: «A nosotros nos encanta el queso» , «Uy, a nosotros esa película no nos gustó nada», «No somos de salir mucho».

Son, además, los creadores del numerito de «cuelga tú» y de «Yo te quiero más», un ritual parecido pero aún más empalagoso.

Los presumidos escandalosos, en cambio, se gritan de manera recíproca.

Su numerito más famoso es discutir en la calle y que uno se vaya caminando y el otro lo siga y lo agarre del brazo para retenerlo. Son como un espectáculo teatral interactivo, que incluye amigos, transeúntes y policías que no quieren participar de la obra, pero lo terminan haciendo.

Son celosos, posesivos, irracionales y no tienen vergüenza. Hacen cualquier cosa para ser el centro de atención (ya sea para que los miren, los consuelen o los contengan). Cuando van a una fiesta, por ejemplo, uno de los dos se emborracha y termina fastidiando la velada. A veces él pone mala cara hasta que ella estalla de ira, a veces uno de los dos coquetea con un tercero, y otras veces ella agarra de los pelos a alguna soltera que tuvo la mala idea de mirar de reojo a su novio.

Y por último, están el desastre y la salvadora.

Antes de conocerla, él era el peor partido del mundo: mujeriego, ludópata, mentiroso, irresponsable. Pegaba los mocos debajo de la mesa, se olía sus calcetines sucios, se gastaba el sueldo entero en la maquinita. Pero ella ve algo especial en él, lo convierte en su proyecto personal, y después de un año de convivencia, encuentran una forma de tolerar las mutuas extravagancias.

A pesar de que nadie cree que su relación puede prosperar, se quedan juntos muchísimos años, unidos por un vínculo misterioso y singular, que nadie —ni sus propios hijos— terminan de entender nunca.

Así que, recordad que el amor no tiene reglas fijas y que cada relación es única. No importa si eres histérica, tontorrón, fanática, engreído, siamés, tontorrona, gritón, presumido escandaloso, desastre o salvadora, lo importante es encontrar a alguien que te acepte tal como eres y te haga feliz.

 

Irene Candelas

Psicóloga Familiar

Irene Candelas

Psicóloga