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En los años 70 un psicólogo llamado Walter Mischel realizó unos estudios sobre el autocontrol y la demora de las gratificaciones en niños: el test de la golosina (Stanford Marshmallow experiment). En el estudio les ponían a los niños una golosina de nube en un plato y les decían que si se esperaban sin comérsela a que el adulto entrase de nuevo en la sala recibirían dos en lugar de una. Es decir, se ofrecía una recompensa inmediata pequeña o bien una recompensa mayor, pero para la cual debían de esperar un periodo de tiempo. Lo que se observa y evalúa es el autocontrol, la capacidad de regular la conducta a través de la inhibición de impulsos y el tomar decisiones más adecuadas a la situación.

Este experimento resulta un curioso y hasta gracioso ejercicio que se puede incluso reproducir en casa con niños. Sin embargo, hay otra situación y actividad en nuestro día a día que nos permite observar esa capacidad de postergar las gratificaciones: el uso de aparatos tecnológicos como el móvil, las tablets, el ordenador, los videojuegos…

El nivel de distractores que tenemos hoy en día es mucho mayor del que nunca hemos tenido, y la mayoría de esos distractores generalmente provienen de un solo aparato que nos cabe en la palma de la mano, pero que es capaz de absorber nuestra atención, nuestra capacidad de decisión y nuestro tiempo. Esa constante llamada de atención tecnológica afecta a nuestra capacidad para decidir por nosotros mismos donde colocar nuestro foco de atención. Esto acaba produciendo un mayor número de comportamientos automáticos, estereotipados e impulsivos.

Últimamente se habla mucho del neurotransmisor de la dopamina y cómo afecta al sistema de recompensa ese uso excesivo. Pero no es necesario ponerse técnicos para saber que la sensación que produce es como la de que nuestra atención es “secuestrada”, de que no llevamos nosotros las riendas, en definitiva, nos vuelve menos dueños de nosotros mismos. Al final, resulta que todos, tanto adultos como niños, podemos encontrarnos recreando el experimento de la golosina, pero en lugar de presentarse ante nosotros un objeto comestible, toma la forma de un video, un juego, un post o historia de una red social… que no puede esperar.

Ahora en verano, el buen tiempo y el tener menos responsabilidades hace que surjan más planes para salir, disfrutar en el exterior, quedar con amigos… pero también, el tener más tiempo libre supone un mayor riesgo de “aburrirnos” y engancharnos a las pantallas. Este riesgo existe por igual tanto para los adultos como para los más pequeños.

En los niños todavía no están tan desarrolladas las funciones ejecutivas, por lo que es normal que se distraigan con más facilidad. Desde el cariño, el humor y sobre todo, fomentando el estar en el momento presente, se les puede ayudar a poner ciertos límites a ese tiempo con pantallas y hacer ver que la estimulación en la “vida real” es tan o incluso más gratificante que la que sucede en una pantalla cuadrada. Por supuesto, también es muy importante el dar un buen ejemplo con nuestro comportamiento.

En verano surgen más oportunidades para disfrutar de actividades que “nunca encontramos tiempo para hacer”, para salir y relacionarnos, viajar… o simplemente dejar de hacer y hacer, y en su lugar, pausar, descansar y encontrar momentos de silencio y de estar con uno mismo. Y sí, también para ver películas y usar el móvil y demás aparatos. La clave está en ser más conscientes de cómo nos afectan y regular su uso. Lo importante es plantearse: ¿soy yo quien está decidiendo?, ¿quién lleva el volante? o ¿he puesto el piloto automático?

 

Ana Vegara

Psicóloga