Hay veces que de repente es como si un impulso me llegara de dentro diciéndome que algo me está saturando, que no estoy conectando con la persona que tengo delante o que debería irme de ese sitio que no me acaba de encajar.
No es que haga caso a esa señal de forma inmediata, pero intento generar un espacio en el que me planteo y me pregunto sobre lo que acabo de sentir, donde me permito tener en cuenta a ese instinto y dejo que forme parte de las decisiones que tomo. Y no siempre lo consigo.
El modo de vida que llevamos nos ha llevado a desconectarnos de nosotros mismos e incluso a pecar de ser demasiado escépticos, burlándonos de una de nuestras habilidades más puras: la intuición. El ser humano es capaz de comprender situaciones y actuar frente a ellas en cuestión de segundos sin necesidad de usar la razón o la lógica. Sin embargo, parece que hacerle caso a ese presentimiento o corazonada nos resulta hoy en día infantil o descabellado.
La neurociencia ya ha demostrado que nuestro cerebro percibe mucho más que aquello de lo que somos conscientes. No se trata de un don o un sexto sentido, se trata de una habilidad basada en la percepción, la experiencia y otros procesos cognitivos, y se relaciona con el pensamiento.
Sobra decir que no aplica a cualquier decisión vital a la que nos enfrentemos. Nuestra parte racional y consciente prevalece y tiene un gran peso en nuestra toma de decisiones. Ambas partes, razón e intuición, se complementan y favorecen que nos adaptemos al entorno de una forma mucho más completa.
No obstante, hago esta reflexión porque últimamente veo mucha “parálisis por análisis”. Bucles mentales que no permiten avanzar a las personas y muy poco contacto con las sensaciones internas del momento. Vivir en una constante desconexión con el presente, y quedarnos en el mundo de las preguntas y razonamientos infinitos, nos acaba frustrando y agotando sin permitirnos llegar (o al menos acercarnos) al lugar que necesitamos.
Explorar, mirar y conectar con las sensaciones que nos aparecen en el cuerpo da miedo, pues son reveladoras de cosas que no siempre queremos aceptar. Pero también nos libera y nos guía hacia lo que realmente resuena con nosotros. Solo o con ayuda, te invito a que te permitas hacerlo.
Inés Babío
Psicóloga y Logopeda