Introducción
Si me hubieras dicho hace un año que terminaría sentada en una clase de yoga, respirando profundamente y tratando de tocarme los pies sin parecer un flamenco en apuros, me habría reído. No porque no creyera en los beneficios del yoga, sino porque no me había dado nunca por ahí (y eso que a mi me da por cosas muy raras a veces). Pero, ya véis, la vida me ha dado un giro inesperado… y voilá! aquí me tenéis haciendo el pino puente sobre los hombros, lo que podría cambiar la forma en que veo a mis pacientes para siempre.
El día en que me encontré haciendo yoga (sin planearlo demasiado)
Todo comenzó cuando le dije a mi marido de ir a probar una clase de yoga. «Te va a venir bien», le dije. Como si yo, por ir a Pilates ya lo tuviera todo hecho en esta vida.
Así que decidimos darle una oportunidad al asunto.
Entramos en el estudio sin expectativas, observando a las personas con sus esterillas, ojos cerrados, respirando pausadamente. El profesor, un tío bastante peculiar, nos invitó a conectar con el momento presente. «Solo respira», dijo. Fácil, pensé. Hasta que me di cuenta de que hacía mucho que no prestaba atención a mi propia respiración.
Lo que descubrí en la esterilla: la conexión cuerpo-mente
A medida que avanzaba la clase, empecé a notar algo interesante. No solo estaba moviendo mi cuerpo, sino que mi mente también estaba cambiando.
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La respiración como herramienta psicológica
En terapia, siempre hablo con mis pacientes sobre la importancia de la respiración para regular emociones. Pero ahí, en la esterilla, comprendí que no basta con explicarlo: hay que experimentarlo. Respirar conscientemente me ayudó a relajarme de una manera que nunca había sentido.
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El yoga como entrenamiento para la atención plena
Nos pasamos el día saltando de un pensamiento a otro, atrapados entre lo que pasó y lo que está por venir. Pero durante la clase, cada postura me obligó a estar presente. ¿Podría esto ser útil para mis pacientes con ansiedad?
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El impacto en la regulación emocional
Al terminar la sesión, sentí una calma inusual. No era solo la relajación de haber estirado los músculos, sino una sensación de equilibrio emocional. Me pregunté: si esto funcionó para mí, ¿qué podría hacer por personas con estrés crónico, TDAH o trastornos del estado de ánimo?
El yoga en la psicología: ¿hay ciencia detrás?
Después de mi primera clase, mi lado racional se activó. ¿Era solo una sensación momentánea o había evidencia científica que respaldara estos beneficios? Me puse a investigar y encontré datos fascinantes:
- Ansiedad y estrés: Estudios han demostrado que la práctica regular de yoga reduce los niveles de cortisol, la hormona del estrés. Además, la respiración profunda y el movimiento consciente activan el sistema nervioso parasimpático, ayudando a la relajación.
- TDAH y concentración: La combinación de movimiento y atención plena en el yoga puede mejorar la concentración y la regulación emocional en personas con TDAH.
- Depresión: Se ha encontrado que el yoga aumenta los niveles de serotonina y dopamina, neurotransmisores clave en la sensación de bienestar.
De repente, el yoga no me parecía solo una práctica espiritual o física, sino una herramienta poderosa para complementar la terapia psicológica.
Aplicando el yoga en la terapia: ¿cómo puede ayudar a mis pacientes?
A partir de mi experiencia y mi investigación, comencé a incluir algunas técnicas inspiradas en el yoga en mis sesiones:
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Ejercicios de respiración (Pranayama)
Antes de empezar una sesión con un paciente ansioso, practicamos juntos un ejercicio de respiración profunda. Los efectos son inmediatos: su tono de voz cambia, sus hombros se relajan y su mente se desacelera.
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Movimientos suaves para la regulación emocional
Recomendar movimientos corporales simples para personas con estrés o dificultades sensoriales ha sido una revelación. Pequeñas posturas, como el estiramiento del gato-vaca o simplemente cruzar los brazos en un autoabrazo, pueden generar cambios en la percepción del cuerpo y el estado emocional.
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Mindfulness a través del cuerpo
A veces, en lugar de pedirle a un paciente que reflexione sobre sus pensamientos, lo invito a notar su postura, su respiración, las sensaciones físicas. Y es increíble cómo este cambio de enfoque les ayuda a salir de la rumiación mental.
Lo que el yoga me enseñó sobre la psicología (y sobre mí misma)
Nunca pensé que una clase de yoga me haría replantearme la forma en que veo la salud mental. Me di cuenta de que muchas veces en terapia nos enfocamos demasiado en lo cognitivo y olvidamos que la mente y el cuerpo son un solo sistema.
He descubierto que no se trata solo de hacer ejercicio, sino de reconectar con uno mismo. Que la psicología y el yoga no son caminos separados, sino que pueden complementarse de formas increíbles. Y que a veces, la mejor forma de ayudar a alguien no es sólo hablar, sino enseñarle a respirar, moverse y sentir.
Reflexión final: ¿qué pasa si probamos algo nuevo?
Si nunca has probado el yoga, te invito a hacerlo sin expectativas, con curiosidad. No necesitas ser flexible, ni creer en nada místico. Solo necesitas una esterilla (o una alfombra, o el suelo) y un poco de disposición para explorar.
Y si ya has practicado, ¿cómo ha influido en tu bienestar?
¿Qué otras herramientas podríamos descubrir si nos permitimos salir de lo que ya conocemos?
Quizá, como me pasó a mí, una simple clase termine cambiando la manera en que ves la vida.
Espero que este artículo te haya inspirado a mirar el yoga y la psicología desde una nueva perspectiva. Si te gustó, ¡compártelo para que más personas descubran este fascinante camino! Recuerda: Sabemos Ayudarte.
Irene Candelas
Psicóloga