Cada entrada de año, casi todas las personas sentimos la necesidad de evaluar lo andado y establecer nuevas metas o propósitos para el año que comienza. Unas personas lo hacen el 31 de diciembre y otras (entre las que me incluyo) lo hacen en septiembre y nada tiene que ver la religión. En mi caso es septiembre por un sentimiento de inicio de curso, vuelta a la rutina con «la pila cargada» después del verano….
Así que he querido aprovechar el día de hoy, el año nuevo judío (Rosh Hashaná) para hablaros de estos planes de vida nueva, aparentemente inocuos o “tontos” , pero que se terminan convirtiendo en una especie de motor, de guía para el “curso” que comienza. Eso no significa que no podamos cambiar nuestros planes sobre la marcha, ya que a medida que avanza el año y vamos viendo el día a día, podemos ir modificándolos, ajustándolos. Cuantas más áreas podamos definir, mejor podremos saber lo que queremos y evitar que el entorno se apodere de nosotros.
La falta de planificación de la vida es una de la razones por la que puede sobrevenirnos una crisis existencial. Muchas personas sienten que después de muchos años, no han hecho nada significativo en su vida. Se despiertan una mañana y sienten que están envejeciendo y que no han progresado, no han evolucionado, lo que les provoca desde frustración hasta verdaderas crisis existenciales que pueden provocar depresiones y es por una cosa tan tonta como la de no fijarse planes, metas, objetivos.
Ante dicha crisis existencial hay que proceder a hacer algo, tomar cartas en el asunto. Así pues, lo primero que hay que hacer es ACEPTAR que esta crisis es real para poder hablarlo con una persona de confianza o consultar con un profesional. Porque fingir normalidad o ignorar la señales de alarma, no es la respuesta. Si aparece en este momento de nuestra vida, es por algo, prestémosle atención.
El siguiente paso es volver a ACEPTAR que hay una diferencia entre lo que queremos y lo que tenemos actualmente. La aceptación significa ver lo que hay ahí fuera y convertirlo en parte de uno mismo. Luego decidir qué queremos hacer con ello (teniendo en cuenta que la vida se convierte en un trabajo muy estresante cuando exigimos la perfección -ahí lo dejo-).
En esta situación, nos sentamos tranquilamente y nos ponemos a negociar expectativas y cambios aunque no es algo fácil ni mucho menos, toma su tiempo, esfuerzo y cierto peso emocional, pero vale la pena hacerlo regularmente para evitar que surja una crisis de repente, de forma abrupta.
Por eso insisto en que un plan de vida es la mejor herramienta para identificar lo que quieres y asegurarte de que lo estás ejecutando, también nos permite hacer cambios en función de la flexibilidad de nuestra personalidad.
Un truco para la formulación de tu plan de vida para este año: cambia el “Evitaré» o «Dejaré»(propósitos orientados a la evitación) por «Comenzaré» (propósitos orientados a la adquisición de nuevas conductas) y tus propósitos tendrán una mayor probabilidad de éxito.
Pide ayuda si es necesario, con el apoyo de un profesional te resultará más sencillo.
¡Suerte con tus propósitos para este año!
Irene Candelas
Psicóloga Familiar